El secreto mejor guardado de Francia

Ruta

Muy cerca de París y fronteriza con Bélgica está la región de Nord – Pas de Calais, una tierra marcada por la historia y domada por el hombre que atesora todos los benditos tópicos asociados a Francia: ciudades que son auténticas casitas de muñecas repletas de museos, restaurantes y monumentos; gastronomía maravillosa con influencias flamencas; escenarios históricos… y alguna sorpresa que hará que eches el freno de mano y salgas de tu Ford para sentir, por ti mismo, todo lo que te espera en Nord – Pas de Calais. ¡Comenzamos!

Le Cap Blanc Nez. Foto: Eric Desaunois

Le Cap Blanc Nez. Foto: Eric Desaunois

Lille, pura esencia francesa

Lille, la ciudad más importante de la región, está bastante a mano en tu Ford desde París. La primera visita ineludible donde aparcar el coche es el barrio de Euralille, donde se encuentra la estación, una zona con apenas un par de décadas que se ha convertido, gracias a los edificios residenciales y comerciales, diseñados por grandes nombres de la arquitectura contemporánea como Rem Koolhas o Jean Nouvel, en el lugar de moda para vivir y disfrutar entre los jóvenes profesionales y, sobre todo, en el contrapunto moderno y contemporáneo a ese Viejo Lille que se arracima en torno a la Grand Place, una maravilla arquitectónica de edificios construidos entre los siglos XVII y XX que es, por derecho propio, el corazón de la ciudad. Un dédalo de calles repletas de edificios históricos -desde palacios de la ópera construidos durante la ocupación alemana a centenares de casas del más puro estilo flamenco, pasando por joyas como el Ayuntamiento -Patrimonio de la UNESCO-, el inmenso parque urbano de la Ciudadela, el ‘beffrois’ (campanario) más alto de Francia con 104 metros de alto… El centro de la ciudad –el Viejo Lille– es un conjunto de calles y callejuelas adornado por una preciosa colección de edificios construidos entre los siglos XVII y XX y en los que se aprecia la riquísima herencia histórica de la ciudad por la que han pasado españoles, flamencos…

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Le Grand Place de Lille. Foto: Clemente Corona

El corazón de la ciudad late en la Grand Place, en cuyo centro se erige una estatua que conmemora la resistencia de Lille durante el asedio al que la sometieron los austriacos a finales del siglo XVIII.

En la plaza se encuentra el edificio más conocido de la ciudad, el Palacio de la Bolsa, construido a mediados del siglo XVII, y formado por 24 pequeños edificios asomados a un patio de soportales donde siempre hay montado un mercadillo de libros y cómics, además de gente jugando al ajedrez y, en cualquier momento, nos parecerá que Audrey Tatou, la protagonista de Amelie, saldrá de una de las decenas de boulangeries… ¿Arte? El Palacio de Bellas Artes de Lille (18 rue de Balmy. Abierto de martes a domingo de 10h a 18h, los lunes de 14h a 18h. Entradas: 6’5€) es uno de los principales museos de Francia (está considerado el segundo más importante del país tras el Louvre de París). Y para comer, nada como un picnic con especialidades locales (¿qué tal unos cucuruchos de patatas fritas y unos mejillones?) en el Parque de la Ciudadela y, por la noche, para seguir alimentándose de puro estímulo, una buena dirección: Joeur de Peche (2 Rue de Pas), un restaurante que, también, cumple con todos los tópicos: servicio eficiente, precio ajustado, entorno romántico y arte en los platos. ¡Buen provecho!

En Lens: el nuevo Louvre-Lens

En las salas y sótanos del Louvre hay tanto arte que tuvieron la felicísima idea de abrir otro museo. Naturalmente, hubo una competencia terrible entre las ciudades del Hexágono que se postularon a acogerlo: pero estaba claro que la región –que alberga algunos de los mejores museos de Francia: en total, más de cincuenta museos nacionales– estaba en primera línea para hacerse con él. La ciudad elegida fue Lens, a la que la apertura de esta sucursal del museo –que tuvo lugar a finales de 2012– le ha sentado realmente bien: más de un millón de visitantes han paseado por su colección, formada por doscientas cincuenta obras en las que la estrella –del mismo modo que en París es La Gioconda– es, aquí, el cuadro de Delacroix La libertad guiando al pueblo. El museo se levanta discreto en medio de un parque de veinte hectáreas –que a su vez ocupa los terrenos sobre los que se levantaba el pozo de una antigua mina de carbón– en un barrio tranquilo de la ciudad. El edificio rezuma paz y serenidad: no puede negar su paternidad japonesa –es obra del estudio SANAA de Tokio– en sus volúmenes de cristal y aluminio, en los que entra una luz tamizada que te acompaña muy tranquilamente en tu visita por el museo para que nada te distraiga del disfrute de su exposición.

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Exterior Le Louvre-Lens. Foto: Louvre-Lens

Roubaix: estatuas en la piscina

Roubaix es otro ejemplo de cómo la cultura puede reconducir el destino de una ciudad. Desde hace más de diez años, la laboriosa Roubaix se ha lavado la cara de ciudad industrial gracias a una decidida apuesta por la reconversión urbana: hoy, Roubaix es pura tendencia, gracias sobre todo al espectacular Museo de la Piscina (23, rue de la Esperance. Entradas: 9€), un museo de arte e industria en un edificio espectacular que fue, en tiempos, los baños públicos de los obreros de una factoría y que se encuentra entre los más visitados de Francia. Los estudios de danza, las tiendas o los lofts de las fábricas, los garajes convertidos en teatros… Y a la industria de la moda que, bebiendo en la herencia de la ciudad como centro textil del norte de Francia, es cuna de algunos de los diseñadores y tendencias más destacadas.

Roubaix

Museo La Piscina, de Roubaix. Foto: Eric Le Brun

Arras: el recuerdo de las guerras

Nord-Pas de Calais fue una de las regiones europeas que más sufrió durante las dos guerras mundiales del siglo pasado: resumidamente, el frente –en ambas contiendas– estaba aquí. De ahí la sucesión casi infinita de memoriales y cementerios, una constante en el paisaje de la región que, junto con los túmulos de toneladas de escoria extraída durante siglos de las minas que pueblan esta tierra, le dan todo su carácter. La coqueta ciudad de Arras es, hoy, una de las mejores demostraciones de que olvidar los horrores de la guerra es posible: hoy, los sótanos del ayuntamiento de la ciudad, en plena Grand Place –una maravilla de plaza porticada, reconstruida fielmente, del más puro estilo flamenco– donde se ocultaban los locales, presentan una exposición que recrean aquellos duros momentos. Sin salir de la plaza, tienes que comer el mejor steak tartare de la región –y uno de los mejores de Francia– en el Assiete au Boeuf (56, Grand Place).

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